La relación entre los negocios y la cultura puede ser fructífera y satisfactoria, si te enamoras de tu proyecto e insistes en él. El ámbito cultural está lleno de productos que pueden ser comercializados como cualquier otro, sólo falta encontrar nuestro público objetivo y en medio del público los clientes a fin.
Invertir en la cultura supone de mucha paciencia y persistencia, pues los resultados no son inmediatos. La experiencia que resulta del proceso del emprendimiento es el primer objetivo que debe asumir todo aquél que pretenda hacer de la cultura un negocio. Convertir en algo rentable la idea de negocio, las ganas de afrontar el proyecto y precisar el enfoque de la empresa serán los primeros pasos que debemos consolidar. Muy lejos de aquella vieja idea del arte por el arte, emprender un negocio en el ámbito cultural implica tanto amor y pasión como disciplina, formación y respeto por el público.
El primer año de emprendimiento siempre es supone fases de bajas y altas, de mucho entusiasmo y voluntad, pero también de desánimo junto a la sensación de fracaso. La clave está en no desistir. Si el presupuesto es reducido, lo ideal es que los gastos e inversión también lo sea, por ejemplo, un negocio que apenas empieza no cuenta con capital suficiente para costearse una nómina muy amplia. En este sentido, lo ideal es contar con el personal mínimo, que aunque modesto, permita ofrecer un producto de calidad, que se proyecte en función de mejorar cada vez.
Luego de descubrir la manera de convertir la idea en un negocio, tener las ganas de afrontarlo, precisar el enfoque que tendrá y trabajar en la idea con disciplina y educación constante, lo siguiente será posicionar la marca cultural de manera que sea comercial.
¿Y luego? ¿Cómo financiarlo? Las subvenciones no siempre son la mejor opción, pues la dependencia que se genera puede influir en los intereses y objetivos de la comercialización del producto si quien financia se involucra en la producción del mismo. Además, las subvenciones suelen implicar un amplio papeleo con el cual se pierde tiempo.
En conclusión, es mejor evitar las subvenciones en la medida de lo posible, aunque los financiamiento compartidos pueden resultar una opción viable, es decir, acceder a la coproducción ejecutiva, donde instituciones de distinto países se involucren puede resultar positivo, pues abre la posibilidad de internacionalizar el producto con mayor eficacia.
Por último, el emprendedor debe hermanar la cultura con la tecnología. La innovación va de la mano con ésta y sólo facilitando los procesos es posible renovarse constantemente. Uno de los riesgos que corren los productos culturales es volverse obsoletos, si el emprendedor no es capaz de darle la vuelta y reinsertarlos en el mercado.